CLASE N° 161: LECTURA DE LA OBRA "OJITO NEGRO Y YO" - CAPITULO 8 y 9

CLASE N° 161: LECTURA DE LA OBRA "OJITO NEGRO Y YO" - CAPITULO 8 y 9 (COORDINACIÓN DOCENTE)

FECHA: 11 de SETIEMBRE
CURSO: PLAN LECTOR

INICIO:

Estimados alumnos, hoy continuaremos con las clases de Plan Lector con la obra "Ojito Negro y Yo", para lo cual les brindo el capítulo VIII y IX, y la tarea deberán contestarla en una hoja y guardarlas en el fólder correspondiente para Plan Lector.


DESARROLLO:

OJITO NEGRO Y YO

CAPITULO VIII: NOCHE DE SÁBADO 

Uno de los pasatiempos favoritos de los
adultos de la época, era el cachascán o combate
de lucha libre, que sábado a sábado; por las
noches, atraía a una multitud de aficionados a los
coliseos de Puente del Ejército o del Luna Park que
quedaban en el centro de Lima o al Club Bilis del
Callao; que se encuentra actualmente en el jirón
Colón, en el centro del puerto.

Siendo papá un fanático asistente a estos
encuentros, por ser la moda del momento, de
alguna manera influyó en nuestro interés por este
deporte; por la lucha libre, por los golpes
exagerados. No había sábado que nos
perdiéramos los encuentros.

Luego de hacer una inmensa cola, para
sacar los tickets de la entrada, podíamos admirar a
nuestros héroes del momento como: Manolo
“Moza”, “el Dandy”, “el Enfermero”, “Robin Hood”,
“Vikingo”, “el Tigrillo”, “el Zorro”, “la Bestia”,
“Huracán Ramirez”, “Pantera Negra”, “Sandokan”,
“Super Demon”, entre otros.

Esos recios colosos, con sus vestuarios
adornados de oro y plata, sus máscaras, capas,
tackles y llaves, como “el Avión”, “el Torniquete
tailandés”, “Gibraltar”, y alguna mataperrada que
mostraban en el escenario, hacían delirar al público
chalaco de ambos sexos; desde niños, jóvenes,
ancianos o adultos.

Como olvidar a “la Bestia”, uno de los
luchadores que no cumplía las reglas de juego,
siempre llevaba alguna estrategia secreta; un
limón, que rociaba en los ojos o un tomate para
introducirlo en la boca de sus oponentes, causando
la hilaridad de los espectadores.

¡El último en llegar es un burro!...
Y corríamos como locos, hasta que el corazón se
nos salía del pecho; para encontrar asientos en el
Club. Claro que nos ganábamos una reprimenda
de papá, pero ya nos habíamos ubicado en un
buen lugar.
Por su parte, Ojito Negro trataba de burlar
al controlador del Club que no permitía animales;
sigilosamente buscaba la más leve distracción del
supervisor y entraba hecho una furia. Corría tan
rápido que nadie podía alcanzarlo, se perdía de sus
perseguidores corriendo en zic zac, por entre el
público o dando vueltas alrededor del ring, para
finalmente saltar a las gradas; donde lo
esperábamos nosotros.

Nos ubicaba y se sentaba a nuestro lado,
como un espectador más. Y si no encontrábamos
sitio, el nos hacia campo, poco a poco, gruñendo
a los asistentes del costado; iba adueñándose de
más y más espacio. Al ver su tamaño, la gente se
alejaba, y Ojito Negro se corría más hacia ellos,
gruñendo y haciendo espacio; teníamos que
llamarle la atención, para que se porte bien.
El cachascán acaparaba toda la atención del
público chalaco y limeño, los sábados era una
verdadera feria. Allí estaban los vendedores de
zanguito, de turrones, de melcocha, chupetines de
colores, cocadas, algodones, pasteles y una
infinidad de golosinas que eran nuestras delicias
infantiles.

Era la lucha del bien contra el mal, la gente
se ponía a favor de los buenos y abucheaba a los
malos. El opio puro para las masas como decían
los críticos. Era tanta su audiencia; que derrotaba
fácilmente cualquier telenovela del momento.

Sin embargo teníamos novelas que
acaparaban teleaudiencia a raudales, joyas del
arte escénico como: “El Derecho de Nacer”, “Nino”,
“Natacha”, “Simplemente María”, “Esmeralda” y
cerrando el ciclo “Los Ricos también Lloran”; eran
telenovelas algo melodramáticas, no obstante,
conquistaron a nuestra generación dejando bellos
recuerdos y nostalgia en nuestros corazones.
Mientras iba creciendo, el hecho de ser la
única mujer entre cuatro hermanos, tuvo que
hacerme fuerte e impetuosa; y muchas veces
temerariamente provocaba a mis hermanos,
pateándoles en la canilla. Cuando mis hermanos
me correteaban iracundos, tenía felizmente a papá,
quien siempre salía en mi defensa con un firme: “a
la nena no me la tocan”. Y mis hermanos se
quedaban con los crespos hechos, sin poder
desquitarse y obligados a contenerse. Otro de mis
guardaespaldas era Ojito Negro quien siempre
salía a mi favor y gruñía a cualquiera, incluso a mis
hermanos cuando intentaban propasarse conmigo.

Y encima Raymundo les había impuesto a
mis hermanos la tarea de cuidarme. Ello
inicialmente me agradaba, pero al ir creciendo esos
cuidados pasaron a ser vigilantes, pues cuando
quería salir a una fiesta, la norma era: “no sales si
no vas con tu hermano”. Y pese a que le
argumentaba a papá que no se veía bien, que
nadie llevaba a sus hermanos, que provocaba la
burla de mis amigas; al final, irremediablemente
tenía que acatar las órdenes.

Y en cuanto a la vestimenta, era otra nota;
estaban de moda las famosas “minifaldas”, que nos 
permitían lucir coquetamente nuestras piernas y
arrancar al más puritano de los viandantes;
miradas y piropos. “Si que se les salían los ojos” a
los chicos, pero papá siempre inflexible:
–¿Y a eso le llamas ropa? anda a ponerte algo
decente. ¡No sales así!
Menos mal, mamá que estaba en los albores
de la liberación femenina me apoyaba diciendo:
–¿Qué tiene de malo?, ¡es la moda!
En esa época, algunas chicas habíamos roto
ya las barreras sociales de género, porque
jugábamos de igual a igual: canicas, fútbol, trompo,
yaces entre otros juegos; si bien, la mayoría de
chicos tenían cierta resistencia y mayor preferencia
por los juegos rudos, poco a poco fueron
integrándose.

Sin embargo, aún persistía y aún persisten
los mitos sobre los colores, y todo esto a partir de
la imposición por parte de los padres desde el
nacimiento de una persona, limitaciones como: "si
es niña debe usar ropa rosada y si es varón, azul o
celeste". Y nuestra sociedad, crucifica a un padre o
madre, si este permite que su niña se divierta más
con un camioncito, que con una muñeca o a su niño
le guste más, una muñeca que un carrito.

Tenemos que romper con mitos y creencias
comprendiendo que no existen juegos de niños y
juegos de niñas. Los juegos son juegos, y son los
mayores aliados del desarrollo infantil que facilitan
el pensar, el imaginar soluciones y expresar
sentimientos con plena libertad; disfrutando y
aprendiendo




CAPITULO IX: UN HÉROE DE VERDAD

Cierto sábado, cumpliendo las normas de
casa que nos imponía papá: “No hay
permiso para salir, hasta que termines tus
tareas”. Y de la mamá: ”No hay salida; sino limpian
la casa”.

Luego de haber hecho la tarea escolar, junto
mi hermano, nos tocaba hacer la limpieza de la
semana; posteriormente saldríamos a jugar mata
gente, mundo, soga, yaces, yo-yo, trompo o
canicas; o lo que acordásemos con un
democrático yan…ken…po… como se hacía en
esos tiempos y al instante sacábamos: piedra,
papel o tijera.

Mi hermano Roberto era “el experto” en el
juego del yan ken po, adivinaba de antemano, lo
que iba a sacar el contendor. Y para que ganara
mi juego favorito, invitaba a Roberto “el experto”,
mi sándwich del desayuno; a manera de soborno,
con mi hermano de mi parte, ya tenía asegurado el
juego del trompo con quiñes y todo.
Ese día, salimos a jugar por el barrio, más
temprano que de costumbre, pues habíamos
acabado las tareas de la casa muy temprano.
Junto con la “patota” y siempre acompañados
por mi inseparable Ojito Negro, caminamos hacia
la placita “del Burro”, que estaba a la vuelta de la
casa en Venezuela, pasando Sucre, por la tienda
del chino Akamine. Luego, me enteré que era
japonés, pero en ese tiempo; no distinguía entre
chinos y japoneses, para mi todos eran “jaladitos”.
Debíamos comprar pabilo para hacer la
cuerda del trompo de Walter el pequeñín, al que se
le andaba perdiendo trompos y cuerdas
constantemente.

Estábamos ya de regreso, cuando de
improviso, un carro negro al que se le había
vaciado los frenos, de manera inesperada y
violenta; se abalanzó sobre todos nosotros.
Ni cuenta nos dimos, todo pasó en un abrir y
cerrar de ojos, en pocos segundos. El único que
estuvo atento fue mi noble amigo Ojinegro y más
rápido que un rayo, nos aventó hacia la derecha;
escudándonos con su cuerpo de algodón, mientras
el carro lo golpeaba a él y lo aventaba hasta la
acera.

Todo el peso del auto cuál monstruo de metal
se estrelló en mi perro, el impacto fue tremendo;
percibí el sonido del freno, el crujir de sus huesos
y un fuerte alarido de dolor. 
Una sensación de frío estremecimiento sentí
en todo el cuerpo, mientras caía de bruces al
suelo. Luego del susto, corrimos a examinar a mi
Ojinegro, quien se encontraba tirado a un lado de
la pista. Tenía una mancha roja extensa, como flor
carmesí en el estómago, era una herida abierta que
mostraba parte de sus órganos internos.

Así y todo, Ojito Negro, me miraba con ojos
llorosos y apenados como despidiéndose, con su
cuerpecito empapado en sangre. Lentamente un
hilo de sangre se dejaba ver por la comisura de su
hocico, pareciendo murmurar algo; temblando y
dando un gemido de lamento, murió.
El conductor del auto ya se había bajado;
turbado, aturdido y confuso, solo atinaba a
agarrarse la cabeza. Su rostro pálido y
desencajado, reflejaba lo asustado que estaba y
nos decía que su auto había sufrido un
desperfecto; como queriendo mitigar nuestro dolor,
pero nadie lo escuchaba.

Todos llorábamos abrazando a mi perro,
todos queríamos revivirlo. ¡Oh Dios porque no nos
diste ese poder para hacerlo!
El gentío se acercó y tuvieron que cargarme
para separarme de mi amigo… no, no quería dejar
a mi Ojito Negro sólo.
Alcira, mi mamá, ya había sido enterada de
lo que había pasado. Agitada y presurosa llegó
llorando hacia donde estábamos nosotros,
pensando lo peor, creyendo que nos habían herido,
sin embargo, al acercarse; se dio cuenta que
Ojinegro se había sacrificado por nosotros.

Así y todo comenzó a palparnos todo el
cuerpo, por si teníamos alguna lesión o herida, sólo
mi hermano tenía una contusión en la cabeza. El
amigo, al que ella no quiso acoger, nos había
salvado la vida. Y mamá nos abrazaba fuertemente
con el rostro empapado en llanto, como queriendo
compartir nuestro dolor.
Tengo, como nadie, una huella imborrable
que me acompañará toda mi vida. La imagen de
Ojito Negro que ese día murió entre mis manos, ha
quedado impregnado en mi alma; su última mirada,
su último temblor, y su último suspiro.

Sus ojitos, ya sin vida, se han unido a los
míos y gozan juntos todo, todo lo que yo miro.
Tengo la certeza que es una de las mascotas
preferidas del cielo, pero el más querido, el más
gracioso, el más travieso y el más tierno.
A veces, cuando la tristeza embarga mi ser,
pienso en ti Ojito Negro, en los momentos que
pasamos juntos, en la tibieza de tu cuerpo, tu olor
inconfundible, tus diabluras, tu travieso retozón, tu
lengüetazo húmedo y dulzón, tu cola agitada al
viento.

Entonces, recuerdo que llevo este tesoro en
mi alma, y me siento feliz, feliz amigo mío, de haber
compartido momentos indescriptibles a tu lado.
¡Gracias Ojito Negro!
 


CIERRE:

Para esta sesión no habrá necesidad de colocar un comentario en el blog, PERO deberán ir leyendo estos dos últimos capítulos de la obra, ya que el lunes se tomará un control de lectura a las 10am.

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